martes, 28 de agosto de 2007

30 años sin el rey del rock


La leyenda de Elvis Presley no deja agigantarse desde su muerte por sobredosis en Graceland el 16 de agosto de 1977.
"Me llamo Elvis Presley y me gustaría grabar un disco para mi madre". Esta sencilla pretensión fue el primer paso de la carrera que llevaría a Elvis Presley al trono del Rock and roll. Un meteórico ascenso que se truncó hace ahora treinta años, cuando la voz cálida y rotunda del rey se ahogó en un cóctel de barbitúricos y somníferos. Daba paso a una leyenda que se agiganta de año en año.
El último acto de la vida de Elvis trascurrió en el cuarto de baño de su suntuosa mansión de Graceland, en Memphis. Tres décadas después esta casa de ensueño y tragedia sigue siendo un santuario al que cada agosto peregrinan miles de fieles para rendirle tributo. Demuestran que sigue vivo y alimentan una próspera industria que aún genera pingues beneficios.
La de Elvis Aarón Presley es la típica historia del sueño americano. La que afianza el tópico de que en América todo el mundo tiene su oportunidad. Nació el 8 de enero de 1935 en el seno de una familia pobre y tuvo una infancia bastante difícil. Hasta que sus padres -Vernon y Gladis- decidieron trasladarse del estado de Mississippi a Menphis, en Tennessee, donde consiguieron mejorar un poco, aunque sin dar esquinazo a las estrecheces. Con sólo diez años Elvis dispuso de su primera guitarra, regalo de su padre. La música era ya su gran pasión. Ya fuera gospel, blues, country, pop o incluso, ópera el joven Elvis daba prueba de su mucho talento. A partir de entonces demuestra un inusitada capacidad para mezclar y recrear todos los ritmos que le acompañaron desde la niñez. Esa fusión sería la llave del éxito.
Con 19 años se presentó en los estudios Sun Records, donde grabó para su madre 'My Happiness' y 'That's When Your Heartaches Begin'. Tres meses después - el 23 de marzo de 1954- firmaba el contrato que daría pie a su primer disco, 'Elvis Presley'.
Tanto el sencillo como su primera actuación en directo fueron un éxito rotundo. La radio lo catapultó y el joven Elvis vió en los gritos de las muchachas que lo acosaban el fin de las penurias económicas en su familia. En 1955 daría un gran salto al pasar de la pequeña discográfica de Memphis a la RCA, un trato que se cerró por 35.000 dólares y un Cadillac para el cantante que escandalizaría a la América más conservadora.
Pronto llegaría 'Hearthbreak Hotel', su primer número uno en las listas de Estados Unidos. Creció la polémica en la opinión norteamericana, dividida entre el puritanismo moral más rancio que demonizó al joven blanco que cantaba como lo negros y se contoneaba con lascivia y el arrojo de aquellos -sobre todo aquellas- que enloquecían con su voz sensual por los enérgicos movimientos de su pelvis. Escandaloso para unos y entusiasmante para otros, el caso es que entro en una espiral de éxito que jamás abandonaría y que también alimentaría cine abriéndole de par en par las puertas de Hollywood. Y eso que hubo parones en su carrera hacia el olimpo del rock, como el obligado por el servicio militar que prestó a Alemania. Allí conoció a la que sería su mujer y futura desencadenante de su depresión, Priscilla Ann-Beaulieu. Su momentáneo silencio, su compromiso y su tupé rapado no fueron obstáculo a su regreso para que cada día cientos de chicas se agolparan en su mansión de Graceland para probar suerte, y tal vez lecho, con el rey del rock. Priscilla, que no era ajena a estos escarceos amorosos, decidió hacer lo propio con su profesor de kárate.

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