Un verano, Sheila Ritchie, de Topeka, llevó a su hija Melissa, de 5 años, al Dr. John Egli, médico de la guardería. Egli le dijo a Melissa:
- Eres preciosa. Tienes que alejarte de los chicos, porque si no te transmitirán piojos.
Al día siguiente, Melissa llegó a casa del colegio, corrió hacia el lavabo y empezó a lavarse las manos. A la mañana siguiente, lo primero que hizo Melissa fue ir al lavabo a lavarse las manos de nuevo. Sheila advirtió que Melissa se lavaba las manos demasiado frecuentemente, lo que le hizo sospechar.
- A ti te pasa algo. Déjame ver tus manos -dijo Sheila.
Melissa las escondió detrás de su espalda. Finalmente, Sheila convenció a Melissa para que le enseñara las manos. Estaban inmaculadas.
- ¿Qué hay de malo con tus manos? -preguntó Sheila.
- Oh, será mejor que te lo cuente -dijo Melissa-. He pillado piojos. He estado inquieta por ellos durante semanas. Iba yo corriendo hacia el patio del colegio, cuando un chico intentó besarme. Corrí tan rápido como pude. Pero tropecé, y él consiguió cogerme de la mano.
Sheila no quiso que Melissa pensase que el doctor había mentido. Así que miró las manos de Melissa muy detenidamente y dijo:
- Oh, sí que has pillado piojos. Pero si te lavas las manos una vez más, se te irán definitivamente.
lunes, 4 de febrero de 2008
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