lunes, 5 de mayo de 2008

Una biografía definitiva desvela los traumas de Elvis con las mujeres


'Último tren a Memphis' y 'Amores que matan' descubren perfiles inéditos del mito del rock'n'roll

• Los dos tomos, editados en un paquete, retratan a un ídolo vulnerable e influido por la figura materna

Advierte Peter Guralnick en el prólogo de su obra: "Este es un relato sobre la fama. Sobre la celebridad y sus consecuencias. Se trata, creo, de una tragedia". Triunfo e inseguridad; megalomanía y enfermedad, caminan de la mano hacia un destino fatal a lo largo de las más de 1.400 páginas de Último tren a Memphis y
Amores que matan; dos volúmenes sobre Elvis Presley que la editorial Global Rhythm publica en un paquete con aspiraciones de "biografía definitiva", como anuncia en el lomo.
Esta vez, quizá el gag promocional no sea exagerado, ya que los elogios que acumula esta obra, traducida al castellano por Alberto Manzano, son estridentes. Basta decir que para Bob Dylan, poco dado a regalar piropos, "este libro anula todos los demás". Una obra que es, en realidad, dos. El relato queda partido en sendas mitades en torno a 1958, año en que Elvis Presley corta su carrera para hacer el servicio militar, que cumple, en su mayor parte, en la base estadounidense de Friedberg (Alemania). También entonces muere su madre, Gladys Love Smith, una figura que, según Guralnick, marca sus relaciones con las mujeres (para mal).

LO PRIMERO
El primer volumen, Último tren a Memphis, subtitulado La construcción del mito, parte del chico humilde de Memphis captado por Sam Phillips, de Sun Records. Una prueba en el estudio, en 1954, a base de baladas, se atasca hasta que Elvis, en un descanso, canturrea That's all right, un blues de Arthur Big Boy Crudup. Scotty Moore (guitarra) y Bill Black (contrabajo) se le unen improvisando; Phillips lo oye desde una sala adjunta y se exalta. "¡Volved a empezar!", les ordena. "¡Simplifica, simplifica", grita.
Nace un intérprete revolucionario que Guralnick describe muerto de miedo en sus primeras actuaciones, y que descoloca por su manera de agitar las piernas siguiendo el ritmo. En su primera entrevista, el locutor, viendo la inseguridad del joven Elvis, le engaña y conversa con él sin avisarle de que está en antena.

IMPACTO INTERRACIAL
Una promesa local adquiere forma de fenómeno social con la entrada en escena de Tom Parker, el coronel, personaje clave para explicar su acceso a las listas de éxitos negras y blancas (en esa época, segregadas), y su conversión en icono pop antes del pop. Una canción de aire lúgubre, Heartbreak hotel, es el extraño bautizo de Elvis en el número uno en ventas. Parker alienta su experiencia militar para sanear su imagen escandalosa y mostrarlo como un joven patriota. Pero, a su vuelta, comienza otra película, que Guralnick relata en Amores que matan, volumen con subtítulo concluyente: La destrucción del hombre.
En Alemania, Elvis se ha estrenado con las anfetaminas. Luego se suman todo tipo de estimulantes, somníferos y vitaminas. Juguetea con sus admiradoras hasta que la angelical Priscilla Beaulieu, de 16 años, le conquista. Un asunto poco explorado: sus disfunciones sexuales, atribuibles tanto a su alteración farmacológica como a un patrón idealizado de la mujer heredado de su madre. Priscilla le implora, una y otra vez, que proceda a desvirgarla. Elvis se resiste durante años. "Todavía no, ahora no. Tenemos mucho en que pensar. No te voy a estropear". Y después de que Priscilla se convierta en madre, Elvis la rechaza. Su teoría: "No creo que una madre deba tratar de ser sexi y atraer a los hombres".
Para él, la maternidad es "la manera de Dios de decirle a una mujer que ya no era una niña". El misticismo gana peso en su vida, como su propio cuerpo. En los años anteriores a su muerte, en 1977, Elvis se ha alejado de la realidad; devora comida y drogas, y utiliza a sus ocasionales parejas como enfermeras. La última, Ginger Alden, se lo encuentra una noche "tumbado en el suelo, con los pantalones del pijama dorado bajados hasta los tobillos y el rostro enterrado en un charco de vómito sobre la mullida moqueta".
Un final poco épico, pero Guralnick no se abona. Pilota todo el relato con trazo quirúrgico, pone luz a tramas ocultas, y transmite una fascinación latente por ese personaje contradictorio. Sin conclusiones en clave ética: como indica en el prólogo, el juicio moral "no cabe en la descripción de una vida".

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